Demostrar emociones es rentable

Los líderes que desarrollan empatía crean equipos sólidos, fieles, eficientes y felices.

Quién nos iba a decir que las emociones, esas que nos exigían antes que dejáramos fuera de la oficina, serían la puerta de entrada para nuestra grandeza profesional. Emoción viene del latín emotio y una de sus acepciones es «hacer mover». La emoción se define como interés, generalmente expectante, con que se participa en algo. Cuando nos emocionamos nos movemos de un lugar mental a otro, sentimos un empuje que nos lleva de una manera de sentir a otra. Obviarlas en el trabajo sería como exigir que eliminásemos la capacidad de movilizarnos ante lo que nos ocurre y no parece muy buena idea si queremos perseguir metas.

En el mundo del alto rendimiento profesional he podido constatar que, independientemente del país o del sector, los líderes que se mueven cómodamente por su mundo emocional sin ocultarlo y que desarrollan empatía frente a los demás crean equipos más sólidos, fieles, eficientes, rentables y felices. La rigidez emocional, en cambio, infantiliza, somete a un esquema de aceptación silenciosa y apaga, en gran medida, las motivaciones, el diálogo y la reflexión fuera de lo exigido.

Recuerdo un CEO en Dubái que se quejaba por la gran rotación de sus altos mandos, curioso en una gran empresa en plena expansión con retribuciones abultadas, pero el dinero no podía comprar su fidelización. No había que ser un lince para darse cuenta de que la filosofía de la empresa mermaba la individualidad de su talento, acallando identidades bajo el yugo de protocolos de comunicación rígidos, canales de mando poco dialogantes y una absoluta ceguera frente a las necesidades particulares. La empresa no respetaba su identidad.

Esta es una cuestión que se puede abordar de manera filosófica, sociológica y económica, pero también de manera científica. Si no protegen y defienden el mundo emocional suyo y de sus equipos, están perdiendo riqueza humana y económica. Y la clave, una vez más, está en nuestro cerebro y en su programación. Éste tiene dos velocidades. La primera, bastante rápida, nos defiende de las amenazas. Su prioridad es mantenernos vivos; es la que se pone en marcha ante la mínima alerta de peligro. La segunda es la del poder de la reflexión, el pensamiento abstracto, estratégico, creativo. En definitiva: es nuestro ser pensante más sofisticado. Y el cerebro debe elegir constantemente entre defenderse o ser reflexivo porque no puede hacer las dos cosas a la vez.

Si siente que algo le amenaza no les va a dotar con iniciativas, creatividad, reflexión sobre mejoras posibles o estrategias brillantes. Si queremos conectar con nuestro yo de pensamiento más sofisticado tendremos que desactivar el modo alerta cerebral. Y las emociones son las que nos permiten hacerlo. Cuando emocionalmente estamos cómodos se activa la comunicación entre el hipocampo (centro de memoria y aprendizaje) y el córtex prefrontal (centros de reflexión, funciones cognitivas superiores, control de impulsos, pensamiento estratégico, etc). Es como decir, si quiere pensar bien, hay que sentirse bien.

Alegre se rinde más

En la Universidad de Massachusetts Amherst se realizó un estudio donde se pedía a los integrantes que recordaran experiencias vividas, recreándose en ellas de forma que lograran cambiar las emociones que les embargaban. Después de conectar con estados emocionales concretos se les sometía a unas pruebas cognitivas y de destreza. Con emociones negativas, de rabia, miedo o pena se observó que el desempeño era en torno a un 38% menor que cuando se recreaban en emociones positivas, de alegría, serenidad, gratitud o amor. Su impacto en nuestro desempeño es directo. Si queremos expandirnos profesionalmente y utilizar más nuestras capacidades cerebrales, tenemos que reconciliarnos con el hecho de que somos seres emocionales y utilizarlo como una herramienta a nuestro favor.

¿Pero qué crea emociones positivas en un ambiente laboral? Lo fundamental es sentir el proyecto como propio. No sólo porque nos guste sino porque nosotros nos gustamos dentro de él. En este sentido, es como el enamoramiento, difícil saber si son los atributos de la otra persona los que nos enamoran o si es el reflejo de los nuestros en la otra persona lo que provoca esta emoción. En cualquier caso, enamorarse de un trabajo nos posiciona en un lugar mental donde todo parece posible y donde nos sentimos capaces de expandir nuestro talento y atractivos innatos. Lejos de ser una amenaza, se presenta como un terreno fértil de expansión, crecimiento y disfrute. Imposible sentir pasión si nuestro mundo emocional se queda en casa.

Necesitamos que el objetivo común de un equipo de trabajo esté alineado con el propósito individual de cada uno de los participantes. Es decir, se necesita movilizar emocionalmente a los participantes para que ellos disfruten y se sientan emocionalmente atraídos por el objetivo global de la empresa. Para conseguirlo buscaremos de nuevo la explicación en el cerebro. Nos motivamos y logramos despertar nuestra máxima capacidad cerebral cuando el objetivo que tenemos por delante nos ilusiona y vemos que obtendremos un beneficio con él. Si logramos ilusionar a los integrantes con el objetivo común de forma que se sientan reflejados, estaremos en las condiciones óptimas de desempeño laboral de todos. A nivel cerebral esto se traduce en la activación de nuestros frontales y prefrontales izquierdos, responsables en gran medida de nuestro alto rendimiento cerebral.

El desafío viene en cómo fomentar las emociones positivas dentro de la empresa e intentar dejar las negativas de lado. Es la búsqueda de equipos donde predomine la alegría, el optimismo, la generosidad y la motivación por encima del miedo, la rabia, la envidia o la desconfianza. Para ello, las empresas pueden apoyarse en los dos grandes motores cerebrales que generan confianza, haciendo sentir al individuo querido, visto por sus talentos y aceptado dentro del grupo por su particular forma de ser. Así se tocan las teclas necesarias para la grandeza cerebral y por ende mental. El cerebro activa sus áreas cognitivas más sofisticadas y el alto rendimiento.

Construyamos ambientes emocionales seguros y expansivos para nuestros equipos y para nosotros mismos y experimentaremos como la productividad, las ideas, la satisfacción y la rentabilidad aumentan de manera sorprendente. No es magia, es expandir de forma inteligente las capacidades cerebrales de los individuos, para su satisfacción personal y para el éxito profesional.

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