El estrés nos lleva a experimentar ciertas sensaciones desagradables, pero aún así, es necesario para nuestra adaptación a los cambios de nuestro entorno.
Se trata de una respuesta automática de nuestro cuerpo que tiene como objetivo reaccionar ante situaciones difíciles de gestionar, por ejemplo, tener mucho volumen de trabajo, estudiar para un examen difícil o llegar tarde a una cita importante.
Cuando se nos presenta una de estas situaciones, nuestro organismo entra en un estado de alarma que desencadena la respuesta del estrés. Esta respuesta automática va acompañada de cambios en nuestros sistemas fisiológicos que nos preparan para una actuación óptima.
Algunos de estos cambios pueden ser el aumento de la tasa cardíaca, la aceleración de la respiración, el desempeño de una actividad cerebral que nos lleva a un estado de hipervigilancia o la liberación de ciertas hormonas como el cortisol.
Cuando la situación estresante desaparece, los sistemas vuelven a su normalidad. Esto es posible gracias a la función autorreguladora que tiene nuestro cuerpo, llamada homeostasis. Es decir, hay una tendencia natural de nuestros sistemas a mantenerse estable compensando los cambios del entorno.
¿Qué pasa cuando convivimos continuamente con una o varias situaciones estresantes?
Por ejemplo, cuando lidiamos con un problema de salud o con un conflicto familiar. En esos casos, nos mantenemos en un nivel de activación alto sostenido en el tiempo y, entonces, pasamos a una fase de resistencia.
Esto es muy demandante para nuestro organismo y, en ocasiones, esta resistencia sobrepasa nuestros recursos y se produce un “agotamiento” de la función autorreguladora de nuestros sistemas, lo cual puede acabar en un fallo homeostático y que algún sistema quede descompensado.
Aquí es cuando pueden aparecer síntomas ansiosos, como una constante sensación de nerviosismo, dolor por tensión muscular, cansancio permanente, problemas para concentrarse, continuos pensamientos sobre preocupaciones, taquicardias, problemas gastrointestinales, dificultad en la conciliación y mantenimiento del sueño…
La actividad eléctrica de nuestras frecuencias cerebrales tampoco se salva. El estrés mantenido en el tiempo puede llegar a cambiar nuestro patrón de frecuencias cerebrales de forma que nos sea cada vez más difícil relajarnos.
Con el tiempo los patrones se fortalecen y se hacen permanentes. Esto se podría entender como que el cerebro envía una excesiva señal de estrés al resto del cuerpo.
Las ondas cerebrales del estrés, llamadas Hi-Beta, tienen un ritmo de frecuencias más rápidas y desordenadas.
Gracias a la plasticidad cerebral, podemos entrenar el cerebro para que vuelva a funcionar con unas frecuencias cerebrales más óptimas que nos permitan mantenernos en un buen nivel de activación y así disminuir o evitar los síntomas causados por el estrés.
Al entrenar el cerebro para armonizar este tipo de frecuencias y lograr unos ritmos más lentos y regulares, vamos viendo como estos síntomas se atenúan o desvanecen.